Al nacer somos todo corazón, somos nosotros mismos, comemos, dormimos, lloramos, defecamos… y poca cosa más.

Al nacer somos puros, todo nuestro cuerpo desprende luz, somos blanditos, somos una bola de amor, siempre y cuando no haya habido ninguna complicación que impida este estado natural.

Al nacer no tenemos la “mente” analítica formada, no pensamos, no racionalizamos, no damos vueltas a las cosas. No nos sentimos culpables, ni tan solo sabemos qué es esta culpa de la que todos sufren.

Si algo nos gusta estamos contentos. Si no nos gusta, no, sin necesidad de complacer a nadie. No comparamos ni juzgamos, nos dejamos llevar por uno de los opuestos más practicados por la humanidad; lo que me gusta, lo que no me gusta y reaccionamos consecuentemente.

Buscamos el placer, en todas sus formas y huimos del dolor o todo aquello que nos despierta el rechazo.

La historia empieza con el lenguaje, la gramática, la formación de frases con significado; lingüístico y conceptual.

Aquí es donde empieza el infierno, con la mente pensante, analítica. Aparecen de manera inconsciente los miedos por primera vez, y con ello nos alejamos de la alegría, del corazón. Perdemos esta inocencia con la que nacemos, empezamos a pensar en un mundo en el que reina la dualidad, podemos pensar bien o mal. Aquí empieza todo.

Uno no piensa que se aleja del corazón, uno se protege por miedo, muchas veces de fantasmas creados por uno mismo. Aquí es donde entra en juego el ego, el ego evitará que pases por situaciones que consideras peligrosas, que despierten tu miedo, o despierten cualquier emoción que te duela. El ego cree que te protege, lo que no sabe es que te aleja de ti mismo y de la gente que te rodea, puede que de la gente que te quiere.

Si tienes poca autoestima, independientemente de la razón, esto no viene al caso, vas a intentar eliminar todo aquello que haga aumentar el sentimiento (creado por un pensamiento) de rechazo de ti hacia tu persona.

Si tienes un hermano que lo hace todo bien, le tendrás celos, o le querrás mal. Puede que llegues a hacerle daño, puede que ni tan solo sepas por qué le quieres mal o por qué sientes lo que sientes.

Puedes tenerle celos por muchas razones: porque te comparas con él y te sientes inferior, o le ves a él superior porque les has puesto en un pedestal, porque crees que le quieren más a él, porque sientes que te quieren menos a ti que a él… la lista es interminable.

La reacción puede ser animal; le vas a atizar si no controlas tus instintos, o más mental; elaborando inconscientemente estrategias para bajarle del pedestal en el que le has puesto en primer lugar. En tu mente hablarás mal de él, lo criticarás, le juzgarás. Puedes llegar a difundirlo para contaminar a otros y no sentirte mal por ser el único que piensa mal.

Todo para protegerte del dolor que sientes.

Como veis, he hablado del ego cuando se forma, pero el ego no se marcha, al contrario, si le alimentas crece, y todo el mundo tiene ego, a algunos les controla y otros lo tienen bajo vigilancia constante para que no se pase de la raya.

Esta situación puede repetirse de manera similar en la vida adulta, en familia, en el trabajo, en la pareja, en la amistad… el ego es camaleónico, cuando crees que ya lo tienes controlado se disfraza de algo totalmente distinto y puede que durante un tiempo no lo reconozcas.

No se puede bajar la guardia, estará aquí siempre, y depende de nosotros si manda en nuestra vida o no.

¿Cómo detectarlo? El ego compara, critica, juzga, está detrás del miedo, está detrás de todo prejuicio, en definitiva te aleja de tu esencia, de la energía del corazón.

El amor te acerca a la gente, el ego te aleja de ella.