Es difícil estar de acuerdo con todo el mundo, pero podemos coincidir en lo siguiente: vivimos con estrés. La definición de estrés es:

(del inglés stress, ‘tensión’) es una reacción fisiológica del organismo en la que entran en juego diversos mecanismos de defensa para afrontar una situación que se percibe como amenazante.

La situación puede ser real o ficticia. Uno puede ver un tigre cuando en realidad es un gatito, pero reacciona según su propia percepción de la realidad. Una vez se ha interpretado la información, la reacción en cadena del sistema neurovegetativo es muy parecida en todos los individuos y situaciones.

La reacción fisiológica del cuerpo ante el estrés es positiva, ya que nos protege de lo que cree que es dañino. Pero el estilo de vida de hoy no es el de hace 100 años, ni 50, ni 20; cada día estamos bombardeados con más información, y la suma de todos estos estímulos externos nos lleva a un estado constante de estrés, y el sistema nervioso lo interpreta como tal.

Un elevado estrés causa un desequilibrio del sistema nervioso involuntario. Un organismo sano tiene un equilibrio entre el sistema nervioso simpático y parasimpático. El primero nos prepara para escapar de los depredadores, y el otro nos calma cuando estamos a salvo de los depredadores, con el fin de recuperar fuerzas para cuando el siguiente venga a nuestro acecho. Pero si no paramos de correr, o creemos que hay depredadores en cada esquina, sean reales o no, hay un predominio de las funciones del sistema simpático por encima del parasimpático.

¿Qué podemos sentir/percibir en nuestro cuerpo si estamos sometidos a altos niveles de estrés de manera prolongada?

•   Alteraciones digestivas en general, indigestión, gases, diarreas…

•   Alteraciones de la presión arterial, del riego sanguíneo, taquicardias, sensación de falta de aire.

•   Aumento de las tensiones musculares, con un aumento del dolor articular.

•   Dolores de cabeza.

•   Problemas de tipo menstrual.

•   Alteración de la sudoración.

•   Necesidad de orinar aumentada.

•   Trastornos del apetito.

•   Ansiedad, tristeza, apatía…

•   Inestabilidad emocional.

•   Dificultades para concentrarse, dispersión mental…

•   Alteraciones del sueño.

•   Alteraciones de la capacidad de respuesta del sistema inmunológico.

Cada persona reacciona ante los estímulos externos según su interpretación personal de la realidad. Es absolutamente subjetivo. Dos personas que hacen el mismo trabajo, las mismas horas, y tienen vidas aparentemente parecidas, las viven de manera totalmente diferente. No son comparables, cada persona es un mundo.

La adrenalina es la reina del estrés, es la que lleva las riendas de la acción en cualquier situación de estrés. En circunstancias normales, sus funciones no tienen efectos adversos; en situaciones de gran tensión o tensión prolongada, tiene los efectos antes mencionados.

El estrés tiene un efecto directo en la producción de endorfinas, conocidas como la droga de la felicidad. Su producción está directamente relacionada con la presencia de dolor, situaciones de estrés, actividad física…

El cuerpo regula constantemente sus niveles, porque no es bueno estar en un estado de felicidad o no-dolor de manera prolongada. El cuerpo te protege del exterior y de ti mismo.  En cambio, cuando estamos bajo demasiado estrés de manera prolongada, o tenemos dolor crónico, los niveles pueden ponerse por debajo de sus límites, lo que da lugar a estados depresivos, de ansiedad…

El alto nivel de cortisol que se produce en situaciones de estrés tiene un efecto rebote sobre la producción de la serotonina. Este neurotransmisor tiene un efecto calmante natural: nos ayuda a dormir.

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Una de las funciones que tiene el sistema neurovegetativo es el control de las secreciones mucosas —todo el sistema digestivo está cubierto por una capa mucosa, empezando por la boca y terminando en el recto—, controla el movimiento peristáltico, controla la vascularidad que suministra sangre a los órganos, tiene un efecto en todos los órganos.

Con osteopatía, aparte de centrarse en la mecánica, que es la razón principal que lleva al paciente a acudir al osteópata, la intención es reducir la actividad del sistema nervioso, ofrecer una nueva realidad al sistema, una realidad más silenciosa, más tranquila, más profunda, armonizar todos los sentidos perceptuales del paciente en un único estado de mayor propósito. Este estado es la nueva expresión del paciente, una expresión que permite que el cuerpo tenga mayor capacidad de reacción, y mayor acceso a su reserva. El gráfico nos muestra un paciente al principio del tratamiento y su estado nervioso que, como podéis ver, es inestable, reactivo, fluctuante. El silencio es el momento en el que su expresión para, esta quietud promueve el cambio y a partir de este momento se modifica la expresión del paciente, se vuelve más simétrica, más regular, más equilibrada, con más sentido, para el cuerpo y sus funciones.